¿Quién es importante?

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¿Quién es importante?

Comentario a la liturgia del Domingo XXII – B

 

Una historia real

Malcolm Forbes, hijo del fundador de la revista Forbes, hace unos años publicó esta historia real:

«Una mujer, con un desteñido vestido de algodón, y su esposo, con un no mejor traje, bajaron del tren en Boston, y caminaron tímidamente, sin tener cita, a la oficina del presidente de la Universidad de Harvard. La secretaria del presidente no tardó en adivinar que esos campesinos no tenían nada que hacer ahí. «Quisiéramos ver al presidente», dijo suavemente el hombre. «Está ocupado», barbotó la secretaria. «Esperaremos», replicó la mujer.

Por horas, la secretaria los ignoró, esperando que la pareja finalmente se desanimara y se fuera, pero no lo hizo. Sintiéndose frustrada, la secretaria decidió por fin interrumpir al presidente. «Tal vez si usted conversa con ellos unos minutos, se irán», le dijo. Él, con una mueca de desagrado, asintió. Con el ceño adusto y paso arrogante, se dirigió hacia la pareja. La mujer le dijo: «Tuvimos un hijo en Harvard, sólo por un año. Se enamoró de esta universidad. Fue feliz aquí. Pero hace un año murió en un accidente. Mi esposo y yo deseamos levantar un memorial en recuerdo de él en alguna parte del campus». El presidente le respondió ásperamente: «Señora, no podemos poner una estatua por cada alumno de Harvard que fallezca. La universidad parecería un cementerio». «Oh no», aclaró la mujer, «no deseamos erigir una estatua. Queremos donar un edificio a Harvard». El presidente suspiró enfadado, echó una mirada a la pobre vestimenta de la pareja, y exclamó: «¿Un edificio? ¿Tienen idea de cuánto cuesta un edificio? ¡Hemos gastado más de siete millones y medio de dólares en los edificios que ven aquí, en Harvard!».

Por un momento la mujer se quedó en silencio. El presidente por fin sintió alivio. Tal vez ahora podría deshacerse de ellos. La mujer miró a su esposo y le dijo suavemente: «¿Eso es todo lo que cuesta iniciar una universidad? ¿Por qué no iniciamos la nuestra?». Su esposo asintió. El presidente se sintió de pronto confuso y desconcertado. El Sr. Leland Stanford y su esposa se levantaron y se fueron. Viajaron a Palo Alto, California, donde establecieron la universidad que lleva su apellido, en memoria de un hijo del que Harvard no se interesó».

Leland Stanford y su esposa no parecían importantes: ése fue su problema. ¿Y quién es importante?, pregunta el Evangelio de hoy. La respuesta depende de dos criterios contrapuestos: el criterio del mundo y el criterio de Jesús.

El criterio del mundo

Según el diccionario, «importante» es la persona socialmente considerada. Y ¿qué se necesita para ser una persona «socialmente considerada»? Normalmente, ostentar ciertos atributos. Las personas importantes no viajan en transporte público ni llegan caminando, como los Stanford. Las personas importantes no visten ropa vieja o barata, como los Stanford. Las personas importantes son bien conocidas; tienen fama y «alto perfil», no como los Stanford. Las personas importantes tienen contactos, relaciones y referencias, no como los Stanford. Las personas importantes hablan con aplomo y seguridad, no como los Stanford.

Con frecuencia se categoriza o estratifica a la gente con base en estos atributos. Así nacen los prejuicios. Prejuzgar es actuar sin conocer, sin escuchar, sin abrir espacio a la acogida. Y una vez que se crea un prejuicio, qué difícil es deshacerse de él. Bien decía A. Einstein: «Es más fácil romper un átomo que un prejuicio».

El criterio de Jesús

Para Jesús, la importancia se apoya en otras bases.

«Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». La importancia no está en el lugar que ocupas en la sociedad, sino en la actitud con que vives en la sociedad. Ser el «último de todos» significa reconocer las propias debilidades, necesidades y dependencias. Ser el «servidor de todos» significa buscar la propia realización en el servicio humilde a los demás. 

Para ser «el último y el servidor de todos» hace falta una profunda seguridad personal, que no se apoya en apariencias. Se requiere una autoestima blindada, a prueba de complejos y susceptibilidades; un gran desprendimiento interior de la propia imagen y dejar de lado toda presión social. Lo expresó muy atinadamente Tomás de Kempis en su Imitación de Cristo: «No eres más porque te alaben, ni eres menos porque te desprecien. Lo que eres a los ojos de Dios, eso eres». Para Jesús, las personas realmente importantes son las que olvidan que lo son. O, para mejor decirlo con G.K. Chesterton, «los ángeles vuelan porque no se toman demasiado en serio».

La Virgen humilde

María fue y es la Mujer más importante de la historia. Pero Ella se definió a sí misma como la humilde esclava del Señor. Que Ella nos alcance la gracia de buscar ser los últimos en importancia y los primeros en servicio a los demás.


La Palabra de Dios debe ser la materia fundamental de nuestros diálogos con Dios en la oración personal. Ojalá que este comentario a la liturgia del domingo XXII te sirva para la meditación durante la semana. Agradecemos esta aportación al P. Alejandro Ortega, L.C. (consulta aquí su página web)

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