Meditación: Solemnidad de la Santísima Trinidad

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Meditación: Solemnidad de la Santísima Trinidad

Comentario a la liturgia  (Éx 34, 4b-6. 8-9; 2 Co 13, 11-13; Jn 3, 16-18)

Lecturas

«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.» (Ex 34, 6)

«La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros.» (2 Co 13, 13)

«-Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» (Jn 3, 16-17)

Contemplar a la Trinidad

Ante el Misterio divino, revelado en las Sagradas Escrituras, no deseo caer en especulaciones intelectuales, que me lleven al límite de lo comprensible por no saber explicar, ni quizá comprender del todo, la verdad esencial de la fe cristiana: que Dios es uno, a la vez que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Por contemplar las relaciones entrañables, amorosas, extasiadas de Dios, por las que el Padre se mira en el Hijo, y en el retorno de la mirada paternal, el Hijo le devuelve al Padre el amor que recibe de Él, el Espíritu Santo; por meditar el diálogo que mantienen Jesús y Nicodemo, en el que el Maestro le comunica al docto fariseo que Dios ha enviado a su Hijo como prueba de amor y para salvación del mundo, al conocer que por la Encarnación del Hijo y por su Misterio Pascual hemos sido introducidos en el seno de Dios, al ascender Cristo a los cielos llevando nuestra carne, sin afán pretencioso ni deseos que superan mi capacidad, me atrevo a afirmar que ante el Misterio de la Trinidad, no solo cabe la contemplación de la verdad divina, que existía desde antes de los siglos, sino que cada uno somos, por la gracia bautismal, habitados por la presencia amorosa, entrañable, fraterna de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La Trinidad habita en mí y en mi prójimo

Jesús nos llegó a decir: «Amaos con el amor con que sois amados«. «Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré, y vendremos a él, y haremos morada en él». «Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».». Esta presencia reside y habita también en nuestros prójimos.

Por esta realidad, hay muchos que se entregan a la adoración del Misterio Trinitario. Gracias a los contemplativos, la humanidad no es desagradecida a tanta bondad de Dios. Los místicos son testigos del amor trinitario y nos confirman lo que quizá nosotros no acabamos de comprender: «El mismo Señor, por visión intelectual, tan grande que casi parecía imaginaria, se me puso en los brazos a manera de como se pinta la «Quinta angustia». Hízome temor harto esta visión, porque era muy patente y tan junta a mí, que me hizo pensar si era ilusión. Díjome: «No te espantes de esto, que con mayor unión, sin comparación, está mi Padre con tu ánima».» (Santa Teresa, Relaciones 58, 3)

Como los tres jóvenes de Babilonia, entonemos el canto de alabanza: «Bendito eres Señor, a ti gloria y alabanza, por los siglos».


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)

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