XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Ecco 35, 12-14. 16-18; Sal 33; 2 Tim 4, 6-8. 16-18; Lc 18, 9-14)
Lecturas
«El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido» (Eco 35, 12)
«Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias» (Sal 33).
«Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida» (2 Tim 4, 5).
«¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador» (Lc 18, 13).
Contemplación
Ante la Palabra que hoy se proclama cabe recibirla en una doble dirección, o como mediación providente que hace visible la compasión divina para quienes se sienten solos, angustiados, deprimidos, sin recursos, huérfanos, sin ternura, o como quien necesita misericordia, compasión, comprensión, perdón, ayuda…
La justicia de Dios es santidad, perfección, misericordia, y quienes creen en Él se hacen testigos del amor entrañable, generoso, pródigo, especialmente para con quienes más lo necesitan. Los pobres, los oprimidos, quienes padecen la falta de hogar y de ternura nos gritan, y en nombre de Dios debemos ser justos con ellos y escuchar sus gritos, a veces mudos.
Hoy también se nos invita a no secuestrar nuestra indigencia, nuestra debilidad, aparentando que no nos pasa nada, o buscando la justificación de manera voluntarista e inmisericorde.
Hay ocasiones en las que Dios permite que lleguemos al límite de nuestras prepotencias, para que bajemos del podium de nuestro orgullo, seguridad vanidosa, que nos hacen caminar por la vida como si no nos salpicara el barro.
El ejemplo que pone el evangelio de la oración del fariseo y del publicano se convierte en referencia sabia, para no perecer injustamente en una conducta pelagiana, sino que por la humildad, que quizá nace de la propia humillación, acertemos a presentarnos menesterosos ante el Señor.
Quizá hasta que no nos vemos como el publicano, pidiendo compasión, no sabemos responder con generosidad al grito de los pobres. Recuerda que el Señor es justo y ningún gesto compasivo que hagamos en su nombre, se pierde. Graba en tu memoria las palabras que hoy has escuchado: «Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias». «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador».
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)
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