Act 8, 5-8. 14-17; Sal 65; 1 Pe 3, 15-18; Jn 14, 15-21)
VI Domingo de Pascua – Llamadas
«Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.» (Act 8, 17)
«Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere.» (1Pe 3, 15)
«Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad.» (Jn 14, 16)
Despedidas
Nos acercamos al final de la cuarentena pascual, próxima la ascensión del Señor a los cielos, y las lecturas toman un tinte de despedida, con la promesa de Jesús de regalarnos la asistencia del Espíritu Santo, quien será nuestro Abogado y Defensor.
Gracias al Espíritu, que el Señor derrama en quienes hemos sido bautizados, tenemos motivos de testimoniar nuestra mayor esperanza, la de compartir un día el destino de Cristo glorioso.
El Espíritu Santo se nos transmite en la Iglesia por la imposición de las manos, especialmente al recibir el sacramento de la Confirmación. Gracias al regalo de Cristo resucitado, por el poder del Espíritu, somos hechos hijos adoptivos de Dios, se nos perdonan los pecados, se nos fortalece en la fe, y a quienes reciben el don sacramental del matrimonio, se les regala el amor mutuo divino. Los sacerdotes son ungidos y consagrados por el mismo Espíritu.
Estamos necesitados de testigos de la esperanza cristiana. Con demasiada frecuencia somos atrapados por las realidades presentes, a veces tan violentas, pragmáticas, sin trascendencia, que nos producen tristeza, tedio y desesperanza.
El cristiano tiene la referencia de la Cruz trasfigurada, de las heridas luminosas del Resucitado, de la muerte vencida, de los pecados perdonados, de las promesas entrañables de quien es nuestro Hermano mayor, y Cabeza, Cristo resucitado.
Desde la resurrección del Señor nada es igual, nada queda atrapado en el presentismo intrascendente. La fe nos permite la mirada al horizonte, la perspectiva luminosa de la esperanza, la experiencia de lo sobrenatural, la fuerza de la gracia.
Para el que cree todo encierra una semilla de eternidad, y toda realidad contiene dimensiones providenciales. Quien sabe leer la historia desde la perspectiva de la fe, descubre en todas las cosas la posibilidad mayor, la que abre a lo definitivo.
Mientras caminamos por este mundo, gracias al Espíritu Santo, no somos personas desterradas, sino acompañadas y convertidas en profecía de lo eterno.
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)
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