Meditación – Hospitalidad

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Meditación - Hospitalidad

«Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo.» (Gn) Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? (Sal). En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. (Lc)

Lecturas

Las lecturas de este domingo nos hacen una llamada respecto a la hospitalidad, hecha acogida generosa para quien pasa a nuestro lado, sabiendo que quien acoge al prójimo acoge a Cristo.

San Benito, en su Regla, da a los monjes normas especiales para que siempre estén atentos al huésped que llegue al monasterio, aunque sea tarde, y manda recibirlo como al mismo Cristo en persona. El santo abad enseña que lo primero que se debe hacer es orar con el huésped y después, agasajarlo.

La Hospitalidad

Hoy sobresale la figura de Abraham, anciano, quien a la hora de mayor calor es capaz de reaccionar ante la visita inesperada de unos jóvenes, visita que era el paso de Dios mismo. Y por aquel gesto generoso, recibió la bendición más deseada, abrazar un hijo de su mujer Sara. ¡Cuántas veces, quizá, nos perdemos la bendición de Dios, que pasa a nuestro lado, por falta de sensibilidad!

Jesús se deja acoger en los niños, en los pequeños, en los pobres, y llega a decir que todo lo que les hagamos a uno de ellos en su nombre, a Él mismo se lo hacemos. Y en último día, uno de los títulos nobles por los que recibiremos la mejor bendición, será por haber acogido a nuestro prójimo: «Venid, benditos de Padre, porque fui forastero y me acogisteis».

En la vida de los santos, se cuentan verdaderos milagros de aquellos que superando el miedo, hasta el rechazo natural que pueden suscitar los desconocidos, se atrevieron a atenderlos. Después de haber ofrecido el gesto de amor, se les apareció el mismo Jesús en el rostro del peregrino. Así se cuenta de San Martín de Tours, y de San Francisco de Asís, cuando llegó a besar al leproso.

Soy testigo de la bendición que queda en el corazón cuando uno actúa con fe ante quien tiene necesidad. «El que así obra, nunca fallará», dice el salmo. En verdad, lo que sucede es que es Dios mismo quien nos hospeda, aunque pensemos que somos nosotros los generosos.


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente  (consulta aquí su página web)

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