Meditación: el secreto de los humildes

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Salva primero a mi hermano, Señor

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO  (Ecco 3, 17-18. 20. 28-29; Sal 67; Hbr 12, 18-19. 22-24ª; Lc 14, 1. 7-14)

Lecturas

«Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes» (Ecco).

«Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece» (Sal).

 «Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Lc).

Contemplación

Se ha terminado el mes de agosto. Para muchos es momento de chocar bruscamente con situaciones sociales, laborales o económicas adversas. Y cabe sufrir amagos de tristeza o depresión, como reacción de defensa o de huída ante lo que parece insoportable.

Es posible que parte del motivo de una reacción anímica depresiva esté en el deseo de sobresalir, y al compararse con otros que tienen quizá más cualidades o medios, sentir agravio por desear lo de ellos. Así se puede llegar al disimulo, a inventar viajes fantásticos o a narrar historias ficticias, con tal de señalarse. No es remedio la proyección vanidosa, ni el afán de parecer lo que no se es ni de poseer lo que no se tiene. Es mejor la sencillez, la vida humilde, la conformidad con la realidad, la estima de lo pequeño, hasta de lo último.

Hoy la Palabra de Dios nos concede el antídoto contra actitudes dominadoras, prepotentes, vanidosas, cuando nos aconseja un comportamiento humilde, sencillo, sobrio, y la promesa del favor del Señor para los desvalidos.

Una enseñanza transversal de toda la Biblia es la bendición que reciben los segundones, los extranjeros, las viudas, los pobres, los marginales, mientras que los que se creen con derechos quedan desheredados, los primeros son relegados, los ricos quiebran, y a los pobres se les anuncia la salvación.

No se trata de exaltar la miseria, sino de poner la confianza en Dios. No es evangélico el abandono de la propia tarea y de la responsabilidad. Lo recto es no afanarse inútilmente por sobresalir y desear el honor social, el prestigio y el halago.

La consigna es clara: humildad, que posibilita que Dios actúe en tu vida. Sé humilde, y gozarás de exaltación y exultación del alma como bendición del Señor y hasta repercutirá en tu estado de ánimo dejándote gustar la serenidad y el agradecimiento.


Agradecemos esta meditación a Don Ángel Moreno de la Fuente (consulta aquí su página web)

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