Meditación: El año de la misericordia

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Meditación: El año de la misericordia

El papa Francisco nos lo viene recordando copiosamente: este Año de Gracia, año de Misericordia. Fundándose en el Evangelio que hoy se proclama, anunció este Año de Gracia, Año Santo. «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.»

III Domingo del tiempo ordinario

(Neh 8,2-4ª.5-6.8-10; Sal 18; 1 Cor 12, 12-30; Lc 1, 1-4.14-21)

El tiempo del Adviento y de la Navidad es suficientemente fuerte, y las celebraciones litúrgicas se han centrado en los misterios del advenimiento, nacimiento y manifestación de Jesucristo.

Al llegar el Tiempo Ordinario, la Palabra de este domingo nos recuerda de manera más viva la doble invitación que nos ha hecho el Papa: mediante las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales a lucrarnos de las gracias especiales del Año Santo, y a ser mediación y mano alargada de la bondad de Dios para los que más puedan necesitar ayuda.

La Palabra de Dios nos invita a aprovechar el año de la misericordia

Como si la liturgia quisiera mantenernos en clima festivo a pesar de haber vivido, tan recientemente, la Navidad, nos invita, en clave del Año de Gracia, a gustar de la bondad del Señor: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.»

¡Cómo consuelan las palabras de Francisco, que no son sino eco de la alegría del Evangelio! El salmista nos hace repetir: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.” La vida que se experimenta cuando nos dejamos consolar por Jesucristo, quien en la sinagoga de Nazaret proclama sus señas de identidad, que son la ternura, la compasión, la proximidad a todos los que sufren.

Hay un gozo que se desprende de nuestra identidad de bautizados, por sabernos miembros de la familia de Dios. San Pablo afirma algo que en su tiempo era verdaderamente revolucionario: “Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”.

La dignidad de la persona viene ofrecida por el don bautismal, y originalmente por la voluntad del Creador de hacernos a todos a imagen de su Hijo.

No dejemos pasar el Año de Gracia del Señor. Las circunstancias sociales, familiares y personales nos ofrecen tanto la posibilidad de para acogernos a la misericordia del Señor, como de ser signo de su amor en nuestro entorno.


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente.

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