Act 2, 42-47; Sal 117; 1 Pe 1, 3-9; Jn 20, 19-31
II Domingo de Pascua – Llamadas
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo» (Jn 20,25).
«No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él» (1Pe 1,8)
«Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones» (Act 2, 42)
Respuestas
En la prueba, en la oscuridad, en tiempo de inclemencia o de despojo, cuando se rompe el corazón y se piensa que nada ni nadie acompaña, la reacción natural es el escepticismo, el desengaño, la duda de todo y de todos. Nada ni nadie son creíbles, es tanto el dolor, que ofusca la mirada y hace que toda visión sea oscura.
No solo se trata de una prueba física; lo que más duele es la herida del corazón, la que se abre por desengaño, infidelidad, pérdida de la persona amada, rompimiento de la relación amiga, muerte de los seres queridos. También cuando asalta la duda de la fe, la tentación de incredulidad.
El apóstol Tomás, con su crisis, representa de forma muy real la experiencia dolorosa, cuando se pierde lo que más se ama y se duda de lo más sagrado. A la vez, el texto nos enseña que la luz, el consuelo y la fuerza se reciben en las mismas heridas.
Un amigo me ha hecho comprender, desde su experiencia de dolor superado, una expresión evangélica. Ante la dolencia de la ceguera -«¿Quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?»-, Jesús respondió: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios.» (Jn 9, 2, 3). Y en otro lugar, al acercarse a Betania, ante la muerte de su amigo Lázaro, exclama: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella» (Jn 11, 4).
A partir de estos textos, ¿te atreverás a descubrir que en tus heridas están tus mayores posibilidades de experimentar el poder de Dios? Quizá tienes que llegar al límite, para que ahí, cuando ya no puedas más, comprendas lo que sucede por la gracia. Tus heridas, providencialmente, pueden ser tus mejores testigos de la misericordia de Dios.
Es el domingo de la Misericordia Divina. Desde hoy, la Iglesia venerará a San Juan XXIII, y a San Juan Pablo II.
Ambos papas son testigos de fe de lo que sucede cuando se toca el dolor. Que estos nuevos intercesores nos concedan no dudar nunca de la posibilidad que nos ofrece la gracia y la misericordia. Y como el Apóstol, confesemos en toda circunstancia: «Señor mío, y Dios mío».
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)
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