Meditación: Cristo Rey

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Meditación: Cristo Rey

Meditación

No corren tiempos favorables para lenguajes jerárquicos, ni para uso de títulos nobiliarios, en los que fundarse para sobresalir. Al contrario, los que, por una u otra razón, llevan añadido un nombre de dignidad, saben que la vida les ha señalado para servicio de los demás, y no para vivir a costa de los otros.

El rey y el papa se comprenden a sí mismos con una vocación de servicio, y este será el mejor crédito de su dignidad. San Juan Pablo II, en su homilía de comienzo de pontificado se presentó como servidor, e invocó al Señor: «Haz que me convierta en tu servidor, servidor de tu dulce potestad, siervo de tus siervos» (Homilía 22-X-1978).

Jesucristo, a quien hoy celebramos como Rey del Universo, y a quien San Pablo presenta como rey -«… cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza» (1 Co 15, )-, lo hace con la cita explícita de la entrega total que le supuso a Jesús el título real, «tiene que reinar».

La Liturgia de la Palabra de este día escoge textos en los que la realeza se equipara con el pastoreo. La imagen del pastor se distancia de todo boato: el pastor camina junto a su ganado. «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas. Buscaré las ovejas perdidas, haré volver las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente» (Ez 34).

El salmista nos ofrece una de las expresiones más entrañables y confiadas de la Biblia, que podemos tener como oración continua: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (Sal 22). Si el Evangelio une en el Hijo del Hombre al juez y al pastor – «El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras» -, no podemos interpretar de manera aislada el título regio, sino en el contexto entrañable de que es también pastor.

Santa Teresa de Jesús invoca de muchas formas a Jesucristo; lo llama Rey, Emperador, Señor, pero siempre envuelto en una relación amorosa, aunque no sin correspondencia agradecida. «Mirad que quien mucho debe, mucho ha de pagar» (Moradas VI, 5, 4).

«Es cierto, hermanas, que de sólo irlo escribiendo me voy espantando de cómo se muestra aquí el gran poder de este gran Rey y Emperador; ¡qué hará quien pasa por ello! Tengo para mí, que si los que andan muy perdidos por el mundo se les descubriese Su Majestad, como hace a estas almas, que aunque no fuese por amor, por miedo no le osarían ofender. Pues ¡oh, cuán obligadas estarán las que han sido avisadas por camino tan subido a procurar con todas sus fuerzas no enojar este Señor! Por El os suplico, hermanas, a las que hubiere hecho Su Majestad estas mercedes u otras semejantes, que no os descuidéis con no hacer más que recibir» (Moradas VI, 5, 4).


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)

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