Meditación: Adviento, tiempo de esperanza

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Oraciones poderosas - a la escucha del Espíritu

I DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO A  (Is 2, 1-5: Sal 121; Rom 13, 11-14ª;Mt 24, 37-44)

 

La paz

«De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (Is 2, 4).

Desead la paz a Jerusalén (Sal 121).

«Pasará como en tiempos de Noé» (Mt 24, 37).

Acogida de la Palabra

Tiempo nuevo, tiempo de esperanza. Abre tu corazón al mensaje revelado, a la Palabra dicha desde antiguo por los profetas, y que tuvo su cumplimiento en los tiempos mesiánicos.

En tiempos de Noé, Dios se reveló como Dios de paz, y dejó su pacto firmado con el arco colgado sobre el cielo, en señal de que no sería un Dios guerrero, sino pacífico. Él se define como quebrantador de guerras. Dios de paz, no de aflicción.

El profeta, de manera poética anticipa el cambio de las lanzas en instrumentos agrícolas, de jardinería. Imagen para decir de una vida en convivencia, sin sobresaltos de evacuación por motivos de la violencia. Augurio del príncipe de la Paz, que será el Mesías a quien celebraremos en la próxima Navidad.

El deseo del salmista para Jerusalén se ha convertido en canto de los peregrinos cuando entran en la ciudad con palmas y ramos de olivo, signos de paz. Y ese deseo es la Paz. Acabamos de cantar por las calles de Jerusalén el salmo 121, como súplica y bendición para las gentes que habitan la ciudad santa. En Tierra Santa, el saludo emblemático es shalom.

La paz es deseo, y es don. La paz es experiencia profunda cuando se convive con el querer divino. «Tanto en paz, tanto en Dios», enseñan los maestros espirituales.

La paz es señal inequívoca para el discernimiento espiritual, si se tienen una conciencia formada. Es difícil gustar la paz del corazón, si se vive al margen o en contra de lo que sabemos que es bueno.

Al inicio de este tiempo de esperanza, la liturgia nos saluda con la expresión más profunda, necesaria y necesitada: «La paz». Jesús dice a los suyos que cuando entren en una casa deseen a los que la habitan la paz, y si son personas pacíficas, permanecerá con ellas el don precioso. Si no, volverá a ellos.

Pidamos, como rezaba el santo de Asís: «Hazme, Señor, un instrumento de tu paz. Donde haya odio, ponga yo amor. Donde, haya guerra, ponga yo paz». Te deseo, como él diría, «Paz y bien».


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)

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