María, experta en soledad

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Conocer a Dios En María (Primera parte)

Vivamos la Pascua junto a la Madre de Jesús

Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. (Jn 6, 22)

Tercer lunes de Pascua

5 de mayo: María, experta en Soledad

«Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». (Lc 2, 48)

Virgen María, la piedad cristiana te invoca con muchos nombres, y en muchos lugares llevas el de la Soledad. No parece propio de este tiempo de Pascua que te contemple bajo esta advocación. Sin embargo, al leer en el texto evangélico que hoy se proclama, que los discípulos de tu Hijo se habían marchado solos, me ha venido a la memoria la situación de tantos que por diversas razones sufren la experiencia de soledad, de abandono, del sentimiento de no significar nada para nadie.

Tú eres experta en saber vivir y trascender momentos de angustia, como lo vemos en el evangelista San Lucas. Comprendo que hay algunas dolencias del alma que solo se curan con otra dolencia; así, la percepción de la soledad propia, en tu soledad encuentra el bálsamo que serena y dulcifica el trance.

Hoy te pido que salgas a los caminos, como lo hiciste subiendo a la montaña de Judea, que te pares en tantos albergues, posadas, hoteles, residencias de ancianos, casas en los cascos viejos de la ciudades, donde viven personas mayores y solas, y que seas para ellas consuelo y acompañamiento. Tú puedes hacer surgir en el corazón de los pobres la certeza de que son amados por tu Hijo, y en la voluntad de los más jóvenes el movimiento voluntario y compañero de alargar sus manos en ayuda de los que menos pueden.

Tú, Señora, eres experta en trascender la angustia, cuando después de tres días de no encontrar a tu Hijo, decidiste ir al templo. No sé si a buscarlo o quizá, como Ana, la madre de Samuel, a desahogar el alma en la relación teologal y creyente.

¡Cómo alivia poder pronunciar el dolor ante alguien, sobre todo ante quien se sabe que tiene entrañas de misericordia, y voluntad de acoger el gemido y las lágrimas!

Virgen, no nos desampares en el camino aciago de la vida.


Agradecemos esta aportación a  Don Ángel Moreno de Buenafuente.

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