Jesús, ten compasión de mi

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XXX Domingo del Tiempo Ordinario, “B”
(Jr 31, 7-9; Sal 125; Hbr 5, 1-6; Mc 10, 46-52)

Hoy, en la lectura continuada del Evangelio de san Marcos, se nos ofrece el relato del ciego de Jericó, al que aludíamos la semana pasada. Es uno de los textos evangélicos que contienen de manera concentrada la enseñanza del camino espiritual, de lo que significa ser discípulo de Jesús.

La composición de lugar a la que nos invita san Ignacio en sus Ejercicios Espirituales, nos permite imaginar a una persona pobre, enferma crónica, hundida, marginal, expuesta al pillaje. Pocas circunstancias personales acaparan tanta desgracia. Y sin embargo, al paso de Jesús todo cambia, y quien permanece postrado, se levanta; el que no tiene nada más que un manto, lo abandona; el orillado y marginado, grita y alcanza con su voz los oídos del Señor.

Las circunstancias que rodean al ciego se pueden ver reflejadas en el exilio del pueblo de Dios, cuando emigra a tierra extranjera entre lágrimas. Y el profeta adelanta la compasión divina: “Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos”. Texto concurrente en el salterio: “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares”.

Ante lo que nos parece un mal sin remedio, cuando circunstancias personales o sociales nos pueden llevar a la experiencia de desolación, como se describe en las lecturas de hoy, cabe, sin embargo, el grito de auxilio, la súplica confiada, la respuesta creyente.

El ciego de Jericó, gracias al don de la fe, simbolizado en la apertura de sus ojos, se convierte en seguidor de Jesús, como el pueblo de Israel, que pasa de estar sometido a retornar gozoso reconociendo el poder del Señor: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.

En la historia de cada uno cabe que se den también estos ciclos, de pasar de situaciones penosas, desesperanzadas, con riesgo de hundimiento del sujeto, a la experiencia de gracia y de llamada por las que se cambia enteramente de vida.

Hoy son muchos los que, después de haber recorrido caminos oscuros, ciegos, marginales, de exilio, vuelven a la fe conversos por gracia y son testigos de cómo Jesús, a semejanza del relato evangélico, los ha levantado de la postración y de lo que parecía irremediable.

Quizá abunda la noticia oscura, pero cada uno conocemos parábolas esperanzadoras, que cuando las hemos vivido nos parecen sueños, pero son la manifestación constante de la misericordia divina.

 


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)

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