Invocación al Sagrado Corazón de Jesús

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La contemplación de la belleza en Cristo Crucificado (Primera parte)

Conoces la naturaleza humana, y en qué es más sensible y se hiere más: por las relaciones. Al contemplar tu costado abierto, me consuelas el sentimiento dolorido, por tantos deseos insatisfechos, por la torpeza de mi afán posesivo y por la soledad del alma.

Jesús herido

¿Por qué, Señor, te muestras vulnerable, si has vencido a la muerte, y permaneces vivo y resucitado?

¿Por qué invitaste a tu discípulo a introducir su mano en la herida de tu pecho, y le dejaste palpar tu carne traspasada?

¿Qué mensaje me quieres dar al mostrarme tus llagas, si ya vives glorioso, y la muerte no tiene dominio sobre ti?

Gracias, Señor Jesús, por mostrarte compañero, aunque glorioso, de lo que más duele, la herida del corazón.

Si cabe el error en el empleo de las manos hacendosas, cansadas en mil tareas por afán protagonista, o quizá por autovalimiento, cuando no tendría destreza alguna sin tu gracia; si es posible errar en el camino, y avanzar torpemente por senda equivocada y sentir el dolor del tiempo perdido y de los pasos inútiles. La contemplación de las heridas de tus pies y de tus manos consuelan y curan las mías de tantas acciones autosuficientes. Gracias a tu gesto solidario y compasivo, al mostrar tus llagas, unges las mías con el bálsamo de la compasión.

Pero es la herida de tu costado la que más sangra. Tú conoces bien lo que duele la soledad de los propios, la infidelidad de los amigos, el deseo de un amor imposible, el error afectivo, la dependencia impropia.

Tú me ofreces en el hueco de tu pecho el cobijo, poder ponerme a resguardo en la intemperie de mí mismo, y descubrir la verdad de tu invitación: «Venid a mi los que estáis cansados y agobiados. Aprended de mi, que yo soy manso y humilde de corazón.»

Gracias, Señor, por ofrecerte a ser puerto franco, amparo y refugio en los momentos de mayor intemperie, cuando se siente la llaga en las entrañas.

Gracias, Señor, por mantener siempre abierta la puerta de tu costado, por donde puedo entrar a gozar de tu regazo, como el discípulo preferido.


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)

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