¿Estás escondido de Dios?

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San Agustín: un corazón inquieto en busca de la Verdad

X Domingo del Tiempo Ordinario “B”
(Gn 3,9-15; Sal 129; 2Cor 4, 13-5,1; Mc 3, 20-35)

Siempre me impresiona la primera pregunta de Dios al hombre: “¿Dónde estás?”. Seguro que Él sabía dónde estaba, pero toma la iniciativa de buscarlo, de ir hacia Adán, aunque este se esconda.

La pregunta del Creador a Adán revela que Dios no abandona a su suerte a los humanos, ni les deja perecer en su desobediencia y pecado. El Creador no nos ha hecho para desentenderse de nosotros, que somos sus criaturas; por el contrario, siempre nos dará la oportunidad de encontrarnos con Él, porque Él desea encontrarse con nosotros.

El papa Francisco valora positivamente en muchas de sus enseñanzas sobre la misericordia este sentimiento del pecador, como esta respuesta de Adán a Dios, de que estaba escondido, avergonzado de su desnudez.

En el discurso que pronunció en el primer encuentro con los Misioneros de la Misericordia, nos dijo: “Quisiera, por último, recordar un elemento del que no se habla mucho, pero que es, por el contrario, determinante: la vergüenza. No es fácil ponerse frente a otro hombre, incluso sabiendo que representa a Dios, y confesar el propio pecado. Se siente vergüenza tanto por lo que se ha cometido, como por tener que confesarlo a otro. La vergüenza es un sentimiento íntimo que incide en la vida personal y que exige por parte del confesor una actitud de respeto y de ánimo. Muchas veces la vergüenza te deja mudo y…, el gesto, el lenguaje del gesto. Desde las primeras páginas, la Biblia habla de la vergüenza. Después del pecado de Adán y Eva, el autor sagrado observa de inmediato: «Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron» (Gén 3, 7). Le primera reacción de esta vergüenza es la de esconderse delante de Dios” (cf. Gén 3, 8-10) (Audiencia 10 de febrero, 2016).

Dios no dejó a los primeros padres sumergidos en su intemperie vergonzante, sino que Él mismo tejerá unas túnicas y se las colocará, para rescatarlos de su sentimiento doloroso y humillante. El salmista reza: “Del Señor viene la misericordia y la redención copiosa”. “De Dios procede el perdón y así infunde respeto”. Dios no desea que la relación que quiere mantener con nosotros nazca de la amenaza, ni del miedo al castigo, sino por haber experimentar su entrañable misericordia, de la que debe nacer a la vez el agradecimiento y la capacidad de perdonar.

Dice Jesús en el Evangelio: “Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan”. Solo la soberbia camuflada de desesperanza impide el perdón, porque significa resistirse al regalo del Espíritu Santo. Fue la reacción primera de Pedro, cuando Jesús se puso a sus pies. Si no te dejas perdonar no tienes parte con el Señor.

Amigo: “¿Dónde estás? ¿Estás escondido de Dios, avergonzado; o humilde en su presencia?

 


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente. (Consulta aquí su página web)
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