“¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?» Contestaron: «El primero»” (Mt 21, 28-31).
COMENTARIO
Dicen que puede ser una cuestión cultural la razón por la que una persona responde con buenas palabras a quien tiene autoridad, expresando consentimiento a lo que le indican, pero que después no lleva a término lo que parecía haber aceptado. Quien así actúa quizá lo hace por temor reverencial, pero esconde una actitud engañosa.
Si entre nosotros, al descubrir un comportamiento así, se pierde la confianza, porque ya no se sabe cuándo dicen verdad, y aunque se oiga adhesión ya no se sabe si es en verdad aceptación o formula educada, que no corresponde a los hechos, respecto a Dios es posible que tengamos actitudes piadosas, de bellas oraciones, pero que después no estén concordes con lo que sabemos que le agrada. Así nos pareceríamos a aquel que señala el Evangelio, quien responde a su padre: “Voy, Señor”, pero luego no fue y actuó a su antojo. A estos los califica el salmista: “Su boca es más blanda que la manteca, pero desean la guerra; sus palabras son más suaves que el aceite, pero son puñales” (Sal 54, 22).
Sin embargo, puede haber comportamientos un tanto fuertes, de personas nobles, que tienen un pronto violento, pero que después por su nobleza y buen corazón realizan aquello que saben que es bueno y agrada a Dios. Un compañero me hizo la observación de que a Jesús lo condenaron los piadosos, los cumplidores de la ley, los oficialmente creyentes, mientras que los considerados paganos creyeron en Él. A la mujer cananea, al centurión y a algunos publicanos los presentan los evangelios como los que confiesan la divinidad de Jesús.
¡Qué fácil es autojustificarse con el cumplimiento de la ley, pero tener el corazón lejos del Señor: “Este pueblo me alaba con la boca y me honra con los labios, mientras su corazón está lejos de mí, y el culto que me rinde se ha vuelto precepto aprendido de otros hombres”! (Is 29, 13)
El profeta sentencia: “Cuando el inocente se aparta de su inocencia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él salva su propia vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá” (Ez 18, 26-28).
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web) El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet y redes sociales, siempre y cuando se cite su autor y fuente original: www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.