EVANGELIO
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 35-43).
COMENTARIO
Hoy celebramos la Solemnidad de Cristo Rey, clausura del Año Litúrgico, razón por la que la Iglesia escoge los textos bíblicos relacionados con la revelación de Jesús, de la estirpe de David, y coronado con el letrero: “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”.
Muchos artistas se han detenido a contemplar la Pasión del Señor y la han plasmado en diferentes soportes. Viéndola, tenemos ocasión de revivir la escena del diálogo entre los tres crucificados y recordar que el llamado “buen ladrón” se dirige a Jesús pidiéndole que se acuerde de él cuando llegue a su Reino.
En la representación de Lucas Cranach de este pasaje podemos observar la actitud del ladrón de la derecha, que mira a Cristo, mientras que el de la izquierda vuelve la cabeza. En estos detalles se distinguen sus diferentes maneras de morir.
Hoy, por la observación fenomenológica, la ciencia llega a afirmar que tanto los enfermos, como los que fallecen, si tienen fe, afrontan la realidad de diferente manera a la de quienes no son creyentes.
La fe es un don, y quienes creemos en Cristo resucitado, rey del universo, sin ostentación vanidosa, deberíamos fascinar por el modo como afrontamos la realidad más existencial de la vida, los momentos recios. Soy testigo de la serenidad, de la paz, de la oración esperanzada que acompañan a algunas personas en el momento de morir. Cómo no recordar las palabras que le escuché a Narciso Yepes, antes de morir, después de celebrar en su habitación la Eucaristía: “Ángel, si Dios me curara, ¡bendito sea Dios! Y si no me cura, ¡bendito sea Dios!” Madre Teresita rezaba ante la imagen de la Virgen: “Madre, por favor, llévame”.
La vida eterna comienza inmediatamente después de compartir la muerte con Cristo, según sus mismas palabras: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Deja resonar en tu interior las últimas palabras del Crucificado, y vive con esperanza.
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet y redes sociales, siempre y cuando se cite su autor y fuente original: www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.