Estamos en invierno, cuando los días son más cortos y la noche domina; en la oscuridad, cabe que sintamos el vértigo de la tristeza, del cansancio y hasta desesperanza, como exclama Job: “Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré?”
El salmista alivia la posible crisis cuando asegura que el Señor “sana los corazones destrozados, venda sus heridas”. En los momentos recios, es de gran ayuda encontrar unos parámetros que nos saquen de nosotros mismos y nos sirvan de apoyo para atravesar cada jornada con esperanza.
Hoy el Evangelio nos expone de manera concentrada un programa posible si nos fijamos en el de Jesús. El evangelista ubica al Nazareno a lo largo del día, en cuatro espacios diferentes: la sinagoga, la casa de Simón Pedro, la puerta de la casa y el descampado.
Los cuatro lugares corresponden a relaciones y actividades distintas, pero viéndolos con mirada global, explicitan las dimensiones esenciales de la persona, como es la trascendencia, la alteridad amiga y laboral, y la interioridad. De que se sepan llevar a cabo diferentes relaciones depende el desarrollo maduro de la persona.
En la sinagoga acontece el encuentro comunitario religioso, donde se leen las Escrituras y se comentan, extrayendo enseñanzas para la vida. En el judaísmo se celebra especialmente el sábado, día en que se cumple el deber de piedad para con Dios. En el cristianismo esto corresponde a la celebración dominical, donde se escucha la Palabra de Dios, se participa en la mesa santa, y se convive con los hermanos en la fe.
En la casa de los discípulos Pedro y Andrés, Jesús vive el clima de familia, donde se puede permanecer de forma distendida e íntima. En esta circunstancia se alude a la acción amistosa de Jesús que produce efectos muy significativos, pues la suegra de Pedro, una vez curada, se levanta y comienza a servir. La amistad rehabilita a las personas, mientras que el aislamiento introvertido empobrece y hasta enferma.
La calle llena de enfermos corresponde a la dimensión pastoral, que el mismo Jesús había anunciado en la Sinagoga de Nazaret: “Los ciegos ven, los cojos andan, a los pobres se les anuncia la buena noticia”. Cada uno tenemos una misión o tarea que debemos ejercer para bien de los demás y para perfección propia.
Por último, el texto señala una dimensión importante al describir que el Maestro se retira de manera discreta a un lugar solitario, donde permanecía en oración. En la vida de una persona no puede faltar el ejercicio de la interioridad, del propio conocimiento, de la oración personal y del encuentro a solas con Dios.
Si aplicamos este programa a nuestra vida, podremos combatir el tedio, porque nos ayuda a celebrar relaciones sociales, familiares, laborales y teologales y así llevar una forma de vida equilibrada y plenificadora.
Job 7, 1-4. 6-7; Salmo 146; 1 Corintios 9, 16-19. 22-23; Marcos 1, 29-39
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)
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