Pocas veces encontramos en un texto, como hoy lo hacemos, una reiteración tan explícita de una actitud que Jesús pide a sus discípulos: “Permaneced en mí”.
Hay muchas maneras de vivir esta solicitud del Maestro, pero no cabe duda de que en todos los casos significa, unión, pertenencia y estabilidad. Permanecer es fidelidad, tener referencia estable. En el caso de la parábola, es estar injertados, como sarmiento en la vid.
En el caso de una vida emancipada del Señor, el riesgo es total, pues Jesús asegura: “Sin mí no podéis hacer nada”.
Acaba de aparecer la exhortación apostólica del papa Francisco “Alegraos y regocijaos”, en la que nos invita a cada uno a la santidad, y advierte del riesgo actual de intentar justificarse uno a sí mismo, bien por adquisición de conocimientos, bien por esfuerzo de la propia voluntad. Sin embargo, el camino cristiano es el de la apertura a la gracia.
La gracia nos llega por la unión con Jesús a través de los sacramentos. Esta unión con quien es la cepa, la vid frondosa, nos configura con Él, con Cristo, y en Él, como granos del mismo racimo, nos encontramos con el prójimo.
El Papa no deja de advertir del riesgo del gnosticismo y del pelagianismo, y nos llama a injertarnos en la vida de Jesús.
En la audiencia del día 11 de abril, se preguntaba el Papa por el bautismo de los niños, e invitaba a bautizar a los pequeños, porque así se les insertaba en la vida de Jesús, en la corriente de gracia. Afirmó que no hacerlo significaba no creer en el Espíritu Santo. Es muy distinto crecer con la ayuda de la gracia que hacerlo al margen.
La vida sacramental, la caridad y la oración nos permiten permanecer unidos a Jesús, y a dar, como el árbol que permanece junto a la acequia, frutos abundantes y sazonados.
Si el domingo pasado nos sorprendíamos ante la imagen del Buen Pastor hecho Cordero, en el Evangelio de hoy, Jesús no solo se nos muestra como vid que repara la infidelidad del pueblo, sino que se hace vino brindado, y en el cáliz de la Cena Santa, ofrenda redentora.
Jesús, al darse en bebida, nos injerta en su vida, y por nosotros corre su grupo sanguíneo, que nos convierte en miembros de su cuerpo y en hermanos de todos los que creen en Él.
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente
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