¿Cómo demostramos la fe?

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¿Cómo tocar con fe a Dios en la oración?

A medida que avanzamos en la travesía cuaresmal, se nos invita con mayor insistencia a reavivar la conciencia de pertenencia al Señor. San Pablo afirma: “Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras que él determinó que practicásemos”.

En la primera lectura, el rey Ciro convoca a los israelitas deportados en Babilonia para que se decidan a reconstruir el templo de Jerusalén. “Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él y suba!”

Cuando el creyente se aparta del Señor o le privan de poderlo invocar, al final cabe que sienta el dolor del exilio, del alejamiento obligado o culpable, y surja el lamento del salmista: “Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías”.

Quizá no hemos llegado a la experiencia de no poder celebrar la fe, porque se nos prohíba el culto público, como acontece en tantos otros lugares donde los cristianos viven clandestinos.

Sorprende la fuerza que manifiestan quienes soportan la represión y hasta el martirio por fidelidad al Evangelio, mientras que en nuestra sociedad, que goza de libertad de culto, pactamos tantas veces con la comodidad.

Hay momentos, si no a nivel público sí en el propio interior, en que se vive la desolación, y surge la nostalgia de otras etapas de la vida en las que se gustaba la relación teologal, el saboreo de la Palabra, el sentimiento en la oración.

La Providencia permite en algunos casos la experiencia de aridez y la sensación de lejanía del Señor para ver si así lo buscamos con mayor intensidad, como les sucedió a los judíos deportados a Babilonia.

Pero lo que es cierto, según el Evangelio, es la fidelidad divina. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.

¿Cómo te encuentras, como los que se sienten en el exilio, o como los que gozan por habitar en la casa del Señor? ¿Cómo quienes no pueden compartir su fe, o con pertenencia a una comunidad o parroquia que se prepara para celebrar la Pascua?