“El día siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná” (Jos 5, 10-11). «Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.» Y empezaron el banquete.” (Lc 15, 22-24).
Comentario
Al relacionar la Liturgia de la Palabra dos textos que hablan de comida, el que se refiere a la entrada en la tierra de la promesa, y el que narra el banquete que da el padre a su hijo pequeño al volver de nuevo a casa, se pueden interpretar ambas comidas en clave pascual.
La comida que comen los israelitas, espigas asadas, después de cuarenta años alimentándose con maná, y el banquete reconciliador, después de haber pasado hambre y haber sentido necesidad de comer la comida de los cerdos, nos ofrece la resonancia de la cena de Pascua y del banquete de la Eucaristía.
En tiempo de Cuaresma se nos invita especialmente a salir de la tierra de esclavitud, a atravesar el Jordán, y a llegar a la tierra fértil, como símbolo de reconciliación, y por lo mismo se narra la parábola del “Hijo Pródigo”. Dos elementos se unen, el abrazo del perdón y la comida de fiesta; traídos a nuestra vida, se pueden identificar con el sacramento de la misericordia y con la fracción del pan santo.
La vida sacramental es la mediación histórica para poder vivir personalmente la experiencia de habitar en la tierra de los hijos de Dios, en la casa familiar, que es la Iglesia. Quien permanezca sin entrar al banquete se priva de participar en el ofrecimiento entrañable de Dios.
El salmista canta: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. Ambas experiencias sensoriales las podemos tener a la hora de pedir perdón, en el abrazo reconciliador que nos da Jesucristo, y en la participación consciente en la mesa santa de la Eucaristía.
Puntos de reflexión
¿Te resistes a volver a casa? ¿Qué te lo impide? ¿Gustas la comida de los hijos de Dios? ¿Acaso te identificas con el hermano mayor de la parábola que ni gusta el amor de su Padre ni se alegra por el retorno de su hermano?
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)
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