Preparación.
Ponte en la presencia de Dios. Pídele que te ilumine.
Consideraciones.
Finalmente, después de transcurrido el tiempo señalado por Dios a la duración del mundo y después de una serie de señales y presagios horribles, que harán temblar a los hombres de espanto y de terror, el fuego, que caerá como un diluvio, abrasará y reducirá a cenizas toda la faz de la tierra, sin que ninguna de las cosas que vernos sobre ella llegue a escapar. Después de este diluvio de llamas y rayos, todos los hombres saldrán del seno de la tierra, excepción hecha de los que ya hubieren resucitado, y, a la voz del Arcángel, comparecerán en el valle de Josafat. ¡Mas, ay, con qué diferencia! Porque los unos estarán allí con sus cuerpos gloriosos y resplandecientes y los otros con los cuerpos feos y espantosos.
Considera la majestad, con la cual el soberano Juez aparecerá, rodeado de todos los ángeles y santos, teniendo delante su cruz, más reluciente que el sol, enseña de gracia para los buenos y de rigor para los malos. Este soberano Juez, por terrible mandato suyo, que será enseguida ejecutado, separará a los buenos de los malos, poniendo a los unos a su derecha y a los otros a su izquierda; separación eterna, después de la cual los dos bandos no se encontrarán jamás. Hecha la separación y abiertos los libros de las conciencias, quedará puesta de manifiesto, con toda claridad, la malicia de los malos y el desprecio de que habrán hecho objeto a Dios; y, por otra parte, la penitencia de los buenos y los efectos de la gracia de Dios que, en vida, habrán recibido y nada quedará oculto. ¡Oh Dios, qué confusión para los unos y qué consuelo para los otros!
Considera la última sentencia de los malos. «Id malditos al fuego eterno, preparado para el diablo y sus compañeros». Pondera estas palabras tan graves. «Id», les dice. Es una palabra de abandono eterno, con que Dios deja a estos desgraciados y los aleja para siempre de su faz. Les llama « malditos ». ¡Oh alma mía, qué maldición! Maldición general, que abarca todos los males; maldición irrevocable, que comprende todos los tiempos y toda la eternidad. Y añade «al fuego eterno». Mira, ¡oh corazón mío! esta gran eternidad. ¡Oh eterna eternidad de las penas, qué espantosa eres!
Considera la sentencia contraria de los buenos: «Venid», dice el Juez. ¡Ah!, es la agradable palabra de salvación, por la que Dios nos atrae hacia sí y nos recibe en el seno de su bondad; «benditos de mi Padre»: ¡oh hermosa bendición, que encierra todas las bendiciones! «Tomad posesión del reino que tenéis preparado desde la creación del mundo». ¡Oh, Dios mío, qué gracia, porque este reino jamás tendrá fin!
Afectos y resoluciones.
Tiembla, ¡oh alma mía!, ante este recuerdo. ¿Quién podrá, ¡oh Dios mío!, darme seguridad para aquel día, en el cual temblarán de pavor las columnas del firmamento? Detesta tus pecados, pues sólo ellos pueden perderte en aquel día temible. ¡Ah!, quiero juzgarme a mí mismo ahora, para no ser juzgado después. Quiero examinar mi conciencia y condenarme, acusarme y corregirme, para que el Juez no me condene e aquel día terrible: me confesaré y haré caso de los avisos necesarios, etc.
Da gracias a Dios, que te ha dado los medios de asegurarte para aquel día, y tiempo para hacer penitencia. Ofrécele tu corazón para hacerla. Pídele que te dé su gracia para llevarla a la práctica.