La imitación de Jesucristo, en su ser de gracia y en sus virtudes, constituye la sustancia de nuestra santidad; esto es lo que he tratado de haceros ver en la anterior conferencia. Para que conozcáis mejor a Aquel a quien debemos imitar, he tratado de presentar a vuestras almas el divino modelo, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. La contemplación de nuestro Señor, tan adorable en su persona, tan admirable en su vida y en sus obras, habrá sin duda encendido en vuestros corazones un deseo ardiente de asemejaros a El y de uniros a su sacratísima persona.
¿Puede acaso la criatura tener la pretensión de reproducir los rasgos del Verbo encarnado y participar de su vida?; ¿puede encontrar la fuerza necesaria para seguir ese camino único que lleva al Padre? -Sí, la Revelación nos dice que esa fuerza se halla en la gracia que nos merecieron las satisfacciones de Cristo. Nuestro Dios lo hace todo con sabiduría; más aún, es la sabiduría infinita. Siendo su pensamiento eterno hacernos conformes a la imagen de su Hijo, debemos estar ciertos que, con el fin de conseguir ese objeto, ha establecido medios de absoluta eficacia, y no solamente podemos aspirar a la realización del ideal divino en nosotros, sino que el mismo Dios nos invita a ello: «Nos predestinó para que fuéramos como un trasunto fiel de la imagen de su Hijo» (Rm 8,29); quiere que reproduzcamos «en nosotros los rasgos de su Hijo muy amado» aunque no podamos hacerlo sino de una manera limitada. Desear reproducir ese ideal no es ni orgullo ni presunción, sino una respuesta al deseo del mismo Dios: «escuchadle» (Mt 17,5). Basta únicamente con que utilicemos los medios por El establecidos.
Cristo, según hemos visto, no es sólo el ejemplar único y universal de toda perfección; es también, como acabo de insinuar, la causa satisfactoria y meritoria, la causa eficiente de nuestra santificación. Cristo es para nosotros fuente de gracia, porque habiendo pagado todas nuestras deudas, a la divina justicia, por su vida, su Pasión y su muerte, ha conquistado el derecho de distribuir toda gracia. Causa satisfactoria y meritoria.
Jesucristo, vida del alma