Corrígeme Señor, en juicio y no en furor

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Porque por el mucho amor que nos tenemos, no sabemos conocernos y reprehendernos con aquel verdadero juicio que requiere la verdad, debemos suplicar al Señor que nos reprehenda Él con amor, para que sintamos de nosotros lo que, según verdad, debemos sentir. Y esto es lo que Jeremías pedía, diciendo: Corrígeme, Señor, en juicio, y no en furor; porque por ventura no me tornes nada. Corregir en furor pertenece al día postrero, cuando enviará Dios al infierno a los malos por sus pecados; y corregir en juicio es reprehender en este mundo a los suyos con amor de padre a sus hijos. La cual reprehensión es un testimonio tan grande de amar Dios al que reprehende que ninguno hay tan seguro y cierto en esta vida, y suele ser víspera de grandes mercedes de Dios.

Así cuenta San Marcos que, apareciéndoles nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos, los reprehendió de incredulidad y dureza de corazón; después de lo cual les dio poder para hacer obras maravillosas. Y el profeta Esaías dice que el Señor lava las suciedades de las hijas de Sión, y la sangre de en medio de Jerusalén en espíritu de juicio y en espíritu de ardor, dando a entender que el lavar el Señor nuestras manchas, viniendo a nosotros, es dando a entender primero quién somos, y esto es en juicio, y espíritu de ardor, que es amor. Y así nos lava sin que podamos atribuir a nosotros cosa buena, pues nos ha dado a entender primero nuestra indignidad.

Y esta reprehensión no entendáis ser alguna que desmaye y demasiadamente entristezca el ánima, trayéndola desabrida; mas es un sosegado conocimiento de las proprias faltas que así avergüenza al reprehendido y le pone espuelas para con mayor diligencia servir al Señor, que le da muy gran confianza que el Señor le ama como a hijo, pues usa con él oficio de padre, según está escripto: Yo a los que amo corrijo.

Audi filia