En su amor sin medida, Dios se dignó conceder a cada individuo la oportunidad de recobrar el don que Adán perdió para el género humano. Dios mismo, en la persona de Jesucristo, ofreció la reparación infinita. Al ser Dios y Hombre, Jesús salvó el abismo entre la humanidad y la divinidad. Él obtuvo (como sólo Dios podría hacerlo) una satisfacción adecuada para la impagable deuda humana; reparó el pecado original.
En el recién nacido, la vida sobrenatural, efecto de la inhabitación personal e íntima con Dios, está ausente en esa alma. decimos que ese niño está en «estado de pecado original». El pecado original no es, en sentido estricto, una «mancha» en el alma, ni tampoco, hablando propiamente, una «cosa». Es la ausencia de algo que debiera estar allí. Es oscuridad donde debiera haber luz.
Para restaurar el alma del niño -un alma salida de las manos de su Padre y objeto del amor del Padre- la herencia perdida, Jesús instituyó el sacramento del Bautismo. Este sacramento es el medio previsto por Jesús para aplicar a cada alma individual la reparación del pecado original que Él nos ganó en la Cruz. Jesús no fuerza su don en nosotros, ese don de vida sobrenatural que Él nos consiguió. Nos lo ofrece deseoso, pero cada uno tiene que aceptarlo libremente. Y esto se realiza cuando recibimos el sacramento del Bautismo.
Al administrar el sacramento del bautismo, ese vacío espiritual que llamamos pecado original desaparece, y Dios se hace presente en el alma. Ésta se hace partícipe de la propia vida de Dios y a esa participación llamamos gracia santificante.
Al bajar Dios a nuestra alma en el Bautismo, la nueva vida ( la llamada gracia santificante) que Dios imparte al alma es real y verdaderamente una participación de la propia vida divina.
Nosotros, al ser bautizados, entramos en posesión inmediata de nuestro patrimonio, la gloria del cielo será nuestra, porque estamos ya en unión con Dios. El pleno goce de esa herencia -la visión de Dios cara a cara- vendrá con nuestra muerte física. Pero mientras tanto, todas las gracias que recibimos y todos los méritos que adquirimos son dividendos y rentas que la acrecientan. Al ser bautizados , estamos ya potencialmente en el cielo.
Para muchos, el Bautismo es algo negativo: «borra el pecado original».
El Bautismo es un borrón y cuenta nueva total. Pero este borrar no es un quitar negativo. El pecado y sus consecuencias desaparecen cuando Dios viene al alma, como la oscuridad al llegar la luz. El pecado es un vacío espiritual que se llena en cuanto llega la gracia.