La paz que nos da Jesús es el Espíritu Santo. La paz de Jesús es una Persona, es el Espíritu Santo. El mismo día de su Resurrección, Él viene al Cenáculo y su saludo es: ‘La paz esté con ustedes. Reciban al Espíritu Santo’. Ésta es la paz de Jesús: es una Persona, es un regalo grande. Y cuando el Espíritu Santo está en nuestro corazón, nadie puede arrebatarnos la paz, nadie, ¡Es una paz definitiva!
Entretanto no basta recibir la paz, debemos tomarnos un trabajo, el de custodiar esta paz y cuidarla. Es una paz grande, una paz que no es mía, es de otra Persona que me la regala, de otra Persona que está dentro de mi corazón y que me acompaña toda la vida.
Es una paz que se recibe con el bautismo y con la confirmación, pero sobre todo hay que recibirla como un niño recibe un regalo, sin condiciones, con el corazón abierto. Por lo tanto, hay que custodiar al Espíritu Santo, sin enjaularlo, pidiéndole ayuda a este ‘gran regalo’ de Dios. Si tenemos esta paz del Espíritu, si tenemos al Espíritu dentro de nosotros y tenemos conciencia de esto, que no se turbe el corazón nuestro. San Pablo nos dice que «para entrar en el Reino de los Cielos es necesario pasar por tantas tribulaciones» y todos las tenemos, más grandes o pequeñas que sean.
Pero que no se turbe nuestro corazón, porque ésa es la paz de Jesús. La presencia del Espíritu hace que nuestro corazón esté en paz pero no anestesiado. Consciente, en paz: con esa paz que sólo da la presencia de Dios.