¿Cómo será la vida de un Santo, cómo será el corazón de los bienaventurados, mirando las cosas con la luz de la verdad, penetrando en las profundidades de ellas, sintiendo nuevos anhelos, santas impresiones, y en medio de esas impresiones y anhelos, la paz del alma, el gozo del espíritu que hizo exclamar al autor de uno de los Libros sapienciales: “El corazón del justo es como un perpetuo festín?» ¡Un festín de luz, un festín de amor un festín de paz! Aun cuando no tengamos el valor de escalar las pendientes de esas montañas excelsas para llegar hasta la cumbre, al menos que estas visiones celestiales enciendan en nosotros el anhelo de vivir una vida cristiana más perfecta, que sean un acicate, un estímulo. A la manera que cuando contemplamos un palacio regio nos viene el deseo de hacer más bella y más cómoda nuestra pobre casa; y cuando oímos una composición musical sublime, aun cuando no pretendamos llegar a producir cosa semejante, sentimos una mayor afición por la música y en la medida de nuestras posibilidades nos ejercitamos en ella. Así a la vista de estás cumbres excelsas, al contemplar las maravillas que el Espíritu Santo produce en las almas, que se excite nuestro corazón, que se aliente nuestro espíritu y, aun cuando sea con pasos lentos, vayamos caminando hacia Dios, que es luz, que es amor, que es felicidad; hacia ese Dios que baña las almas que le aman, en luz espléndida, en amor dulcísimo, en paz infinita. (El Espíritu Santo)