La vida mortal de Jesucristo es la perfecta realización del plan divino. Considerémosla: Treinta años de recogimiento y soledad y cuarenta días de retiro y penitencia, son el preludio de su corta carrera evangélica. Y cuántas veces durante sus correrías apostólicas le vemos retirarse a las montañas o al desierto para orar: Secedebat in desertum et orabat (“Él se retiraba al desierto a orar”, Luc V, 16) o pasar la noche en oración: Pernoctans in oratione Dei (“Salió al monte a hacer oración y pasó toda la noche orando a Dios”, Luc VI, 12). Pero hay algo más significativo y es la escena en la cual Marta desea que el Señor desapruebe la pretendida inactividad de su hermana, proclamando así la superioridad de la vida activa. Pero la respuesta de Jesús es: Maria optimam partem elegit (“María ha escogido la mejor parte”, Luc X, 42), y así declara la preeminencia de la vida interior. ¿Qué demuestra esto sino el designio bien premeditado de hacernos sentir la preponderancia de la oración sobre la vida activa? (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)