No hay cosa tan de temer y temblar, como oír de la boca de Dios: Salte y vete. Porque si la más recia palabra de un padre para su hijo, o marido con su mujer, que la tiene en grande abundancia, es apartarla de su amparo y riquezas, diciendo: «Vete de mí, y de mi casa», ¿qué será salirse el ánima y irse de Dios, sino desterrarse de todos los bienes, y caer en todos los males? ¿Dónde iremos, dijo San Pedro a Cristo, que palabras de vida tenéis? ¿Dónde iremos, Señor, que fuente de vida tienes, y tú solo la tienes? ¿Dónde iremos, alegre luz, sin la cual hay tinieblas? ¿Dónde, pan y vino, sin el cual hay hombre mortal? ¿Dónde, firmísimo amparo, sin el cual la seguridad es peligro? ¿Dónde irá la oveja, estando en todas partes cercada de los lobos, si el pastor la desabriga y lanza de sí? Recia palabra es: Salte y vete. Y semeja aquella que Cristo ha de decir el día postrero a los malos: Idos, malditos, al fuego que os está aparejado. Otra vez digo que no hay cosa que más deba temer, ni tanto deba trabajar por evitar quien está en la abundante y alegre casa del Señor, y debajo de su fortísimo amparo. ¿Cómo oirán sus ovejas: Salte y vete? Y esta salida no es cosa liviana, mas es causa de todos los males. Porque, desamparado el hombre del amparo divino, ¿qué hará, como dice San Agustín, sino lo que hizo San Pedro cuando negó a nuestro Señor, sin conocer ni arrepentirse del mal que había hecho, hasta que el amparo y mirar divino tornó sobre Pedro caído en pecado, y olvidado en él? Y conoció que había hecho mal y haber caído, y que la causa de su cuidado había sido haber confiado de sí.
Audi filia