Sin poseer ningún mérito propio y sintiéndome culpable de muchos delitos, me infunde grandísima confianza, oh mi Señor Jesús, tu pasión y los méritos de la gloriosísima Virgen y Madre tuya, Santa María. Sobre ella me da gusto meditar unos momentos, y para ellos te pido licencia. Pues, ¿quién soy yo para pretender acercarme a María sin antes pedirte permiso? Conozco mi indignidad que me impide acercarme a la que todos los ángeles veneran llenos de estupor diciendo: ¿Quién es esta que sube del desierto del mundo, llena de delicias del paraíso? (Cant. VIII-5). Por esto, oh dulcísima María, no soy digno de considerar tu gloria y honor, tu hermosura y magnificencia.(Kempis – La Imitación de María)