Es un verdadero desposorio el que se verifica entre mi voluntad y la voluntad de Dios, entre mi alma y Dios. Por una primera acción de su beneplácito, Dios solicita mi consentimiento; otorgado el consentimiento, se hace la unión. La unión contraída se consuma en la acción, y de esta acción mutua de dos voluntades unidas nacen los hijos, que son los actos de la piedad. Pero este desposorio no es perfecto desde su principio. Se renueva, y al renovarse, se perfecciona en cada solicitación de Dios y en cada aceptación de mi parte: así es como el hombre interior se renueva de día en día hasta que mi voluntad, uniéndose con la de Dios, pierde por fin su acción “propia” en la acción de Dios, así como la esposa pierde su nombre para tomar el de su marido. En el momento en que la voluntad de Dios llega, mediante operaciones sucesivas, a atraer y transformar enteramente mi voluntad, es cuando se consuma definitivamente y se celebra lo que los santos llaman el desposorio místico. Ése es el estado de unidad. (José Tissot, La vida interior)