Cierto. Su amor por nosotros era inmenso. Tenía presente la muerte, los dolores más agudos; inefables, mortales y totalmente incomprensibles; concentrados allí los dolores de alma y cuerpo. Sin embargo, como olvidándose de sí mismo, cedió ante todo esto ¡Tan grande era el amor que nos tenía! Lo dispone el amor divino que estrecha junto a sí a los que ama, va más allá de sí mismo y de todo lo creado y está plenamente en el increado. Entonces el alma alcanza a entender que era la Santísima Trinidad quien disponía de este santo sacrifico.