Es sin duda indiscutible que de la Cruz brota la vida eterna; pero ya que los premios de las bienaventuranzas se inician desde esta vida mortal, ¿será posible que la mayor felicidad de la tierra sea convertirse en Jesús Crucificado? Un autor originalísimo, G.K. Chesterton, escribió acerca de Cristo estas palabras que parecen una intuición genial: “Algo había que escondía de los hombres cuando iba a rezar a las montañas, algo que Él encubría constantemente con silencios intempestivos, y con impetuosos raptos de aislamiento. Y ese algo, era algo que siendo muy grande para Dios, no nos lo mostró durante su viaje por la tierra: a veces discurro que ese algo era su alegría». ¿Llevaría Jesús en el fondo de su Corazón, siempre dolorido, el secreto de la alegría que brota del dolor? ¿Se haría inmenso ese gozo cuando se hizo inmenso el dolor en el Calvario? Ninguna cosa hay en la tierra que tenga encantos comparables con los encantos del dolor; pero ninguna tampoco cuyos encantos sean tan hondos y tan secretos. Todos los matices de la felicidad, derramados en las bienaventuranzas, forman el color único y celestial de la suprema felicidad de la tierra que se esconde en la Cruz. (El Espíritu Santo)