San Isidoro descrito por otro santo

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Isidoro, hermano y sucesor de Leandro en la sede hispalense, fue el egregio varón, refugio del saber de las generaciones antiguas y pedagogo de las nuevas. El número y profundidad de sus escritos dan fe del caudal de sus conocimientos, que edifican a toda la Iglesia.

No parece sino que Dios lo suscitó en estos calamitosos tiempos nuestros como canal de la antigua sabiduría, para que España no se hundiera en la barbarie. Exactamente definen su obra los divulgados elogios.

Peregrinos en nuestro propio suelo, sus libros nos condujeron a la patria: Ellos nos señalan el origen y el destino. Redactó los fastos nacionales. Su pluma describe las diócesis, las regiones, las comarcas.

Investigó los nombres, géneros, causas y fines de todo divino y lo humano. Cual fuera el torrente de su elocuencia y su dominio de la sagrada Escritura lo demuestran las ­actas de los concilios por él presididos. Superaba a todo el mundo en sabiduría y, más aún, en obras de caridad.

Del prólogo de san Braulio de Zaragoza a las obras de san Isidoro