Cristo mantuvo tensa esa voluntad durante toda su vida. La hora de su sacrificio está siempre presente a sus ojos; la aguarda con impaciencia, la llama «su hora» (Jn 13,1), como si fuese la única que contase en su existencia. Anuncia su muerte a sus discípulos, y les señala de antemano sus circunstancias en términos tan claros, que no se puedan engañar. Así, cuando San Pedro, sobresaltado por el pensamiento de ver morir a su maestro, quiere oponerse a la realización de aquellos padecimientos, Jesús le responde: «No tienes el sentido de las cosas de Dios» (Mc 8, 31-33). Pero El conoce a su Padre; por amor a su Padre y por caridad para con nosotros anhela llegue el momento de la Pasión con todo el ardor de su alma santa, y al mismo tiempo con una libertad soberana, plenamente dueña de sí misma. Si esta voluntad de amor es tan viva que tiene como dentro de sí un horno: «Ardo en el deseo de ser bautizado con el bautismo de sangre» (Lc 12,50) con todo, nadie tendrá poder para quitarle la vida; la entregará espontáneamente (Jn 10,18). Ved cómo pone de manifiesto la verdad que encierran estas palabras. Un día los habitantes de Nazaret quieren arrojarle dc lo alto de un precipicio; Jesús se desvanece de en medio de ellos con admirable tranquilidad (Lc 4,30). Otra vez, en Jerusalén, los judíos quieren apedrearle, porque afirma su divinidad; El se oculta y sale del Templo (Jn 8,59); su hora no ha llegado todavía.