Al que le faltaren las consolaciones espirituales, el remedio es que no por eso deje el ejercicio de la oración acostumbrada, aunque le parezca desabrida y de poco fruto, sino póngase en la presencia de Dios como reo y culpado, y examine su conciencia, y mire si por ventura perdió esta gracia por su culpa, suplique al Señor con entera confianza le perdone, y declare las riquezas inestimables de su paciencia y misericordia en sufrir y perdonar a quien otra cosa no sabe sino ofenderle. De esta manera sacará provecho de su sequedad, tomando ocasión para más se humillar, viendo lo mucho que peca, y para más amar a Dios, viendo lo mucho que le perdona. Y aunque no halle gusto en estos ejercicios, no desista de ellos, porque no se requiere que sea siempre sabroso lo que ha de ser provechoso. A lo menos esto se halla por experiencia, que todas las veces que el hombre persevera en la oración con un poco de atención y cuidado haciendo buenamente lo que puede, al cabo sale de allí consolado y alegre, viendo que hizo de su parte algo de lo que era en sí. (Tratado de la Oración y Meditación – Pedro de Alcántara)