Dios es mi único fin esencial, mi único todo. El alma se dice, por tanto: Si la gloria de Dios es mi único bien esencial, si Dios es el único todo de mi vida, si en su gloria está toda mi felicidad, cuanto más sea Él solo el objeto de mis preocupaciones, Él solo el término de mi amor, Él solo el fin de mis esfuerzos, mejor también alcanzaré mi fin. Por consiguiente, cuanto más yo desaparezco en Él, más queda absorbida en su gloria esta satisfacción que tengo a su lado, más se anonada ante Él todo lo que es mío y más también está en mí Dios solo. Por tanto, aniquilaré en mí todo lo que es mío, aniquilaré todo lo que es de la criatura, y no descansaré sino cuando sienta todo definitivamente aniquilado y sólo Dios reine en mí, como dueño único, sobre las ruinas de toda afición y de todo apogeo a lo criado. “Bienaventurados”, dice el alma, “los muertos que mueren en el Señor” (José Tissot, La vida interior)