Parecernos cada día a Dios

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Amigos, parezcámonos a aquel que nos da la vida. Él, que es el descanso de todas las penas, se cansó de la dureza del camino. Él, que es la fuente que apaga toda sed, sintió sed y pidió agua para beber. Él, que es la saciedad que sacia nuestra hambre, tuvo hambre cuando ayunó en el desierto para ser tentado. Él, que es el centinela que no duerme, se durmió y se acostó en la barca en alta mar. Él, que es servido en la mansión de su Padre, se dejó servir por manos de hombre. Él, que es el médico de todos los enfermos, fue traspasado por los clavos. A él, cuya boca anunciaba cosas buenas, se le dio hiél para beber. Él, que no había hecho ningún mal ni perjudicado a nadie, fue golpeado con látigos y soportó los ultrajes. Él, que da vida a todos los muertos, se entregó a sí mismo a la muerte de cruz.

Si nuestro Vivificador ha hecho experiencia de todo este abajamiento, abajémonos también nosotros, amigos míos.