«Mientras tristes y amargados rezaban los hipócritas en las esquinas de las plazas para ser vistos por los hombres, El, apacible y amable, almorzaba con pecadores para ayudarles a cambiar sus vidas. Y, además, solía pasar la noche rezando al descubierto, bajo el cielo, mientras el fariseo hipócrita roncaba a pierna suelta en la blandura de su lecho. ¡Ojalá aquellos de nosotros que, esclavizados en tal forma por la pereza no podemos imitar este ejemplo de nuestro Salvador, tuviéramos, por lo menos, el deseo de traer a la memoria -precisamente mientras nos damos la vuelta en la cama medio dormidos- estas sus noches enteras en oración! Ojalá aprovecháramos esos momentos mientras esperamos al sueño para dar gracias a Dios, para pedirle más gracias y para condenar nuestra apatía y pereza. Estoy seguro de que si hiciéramos el propósito de adquirir el hábito e intentarlo aunque sólo fuera un poco, pero con constancia, en breve tiempo nos concedería Dios dar un gran paso y aumentar el fruto»
La agonía de Cristo, cap. I