Al mundo, en veinte siglos de Cristianismo, se le ha endurecido el corazón. Ya nos hemos hecho a mirar impávidos a Cristo en la cruz. ¿Necesitará Cristo de una nueva representación dolorosa para llegarnos al alma?
Al mundo, en veinte siglos de Cristianismo, se le ha endurecido el corazón. Ya nos hemos hecho a mirar impávidos a Cristo en la cruz. ¿Necesitará Cristo de una nueva representación dolorosa para llegarnos al alma?