«Os quejáis de que en vuestra vida se entremezclan muchas imperfecfecciones y defectos, contrariando el deseo que tenéis de perfección de pureza en el amor de Dios. Os respondo que no es posible desasirnos del todo de nosotros mismos hasta que Dios nos lleve al Cielo; no llevaremos cosa de gran valor mientras tengamos que cargar con el peso de nosotros mismos. ¿No es regla general que nadie habrá tan santo en esta vida que no esté siempre sujeto a imperfecciones?» (Sermón para el primer Domingo de Cuaresma).