Mi intención en todo esto no es ciertamente disuadirte de que ores en voz alta cuando el Espíritu Santo te inspire hacerlo así. Y si el gozo de tu espíritu inunda tus sentidos de manera que comienzas a hablar a Dios como hablarías a un hombre cualquiera, diciendo cosas como «Jesús», «dulce Jesús», y otras parecidas, no necesitas apagar tu espíritu. Dios no permita que me entiendas mal en esta materia. Pues ciertamente no quiero apartarte de expresiones externas de amor. Dios me libre de querer separar cuerpo y espíritu, pues fue El mismo quien los hizo una unidad. En efecto, debemos honrar a Dios con toda la persona, cuerpo y espíritu juntos. Y en la eternidad El glorificara perfectamente toda nuestra persona, cuerpo y espíritu. Como primicia de su eterna gloria, Dios puede inflamar a veces los sentidos de sus fieles amigos con indecible delicia y consuelo, incluso aquí mismo, en esta vida. Y no solamente una o dos veces, sino quizá con mucha frecuencia, según juzgue más conveniente. Este goce, sin embargo, no se origina fuera de la persona entrando a través de las fuerzas de los sentidos, sino que brota de una abundancia de alegría espiritual y de verdadera devoción del espíritu. Consolación y gozo como este no ha de ser nunca puesto en duda o temido. En una palabra, creo que todo el que lo experimenta no podrá ya dudar de su autenticidad. Pero te prevengo para que seas cauto ante otros consuelos, sonidos, alegrías o goces provenientes de fuentes externas que no puedes identificar, ya que pueden ser buenos o malos, obra de un ángel bueno o del espíritu maligno. (La Nube del No Saber – Anónimo ingles del siglo XIV)