Debéis estar advertida, que las caídas de las personas devotas no son al principio entendidas de ellos, y por esto son más de temer. Paréceles primero, que de comunicarse sienten provecho en sus ánimas, y fiados de aquesto usan, como cosa segura, frecuentar más veces la conversación, y de ella se engendra en sus corazones un amor que los cautiva algún tanto, y les hace tomar pena cuando no se ven, y descansan con verse y hablarse. Y tras esto viene el dar a entender el uno al otro el amor que se tienen; en lo cual y en otras pláticas, ya no tan espirituales como las primeras, se huelgan estar hablando algún rato; y poco a poco la conversación que primero aprovecharía a sus ánimas, ya sienten que las tienen cautivas, con acordarse muchas veces uno de otro, y con el cuidado y deseo de verse algunas veces, y de enviarse amorosos presentes y dulces encomiendas o cartas; «las cuales cosas, con otras semejantes blanduras, como San Jerónimo dice, el santo amor no las tiene.» Y de estos eslabones de uno en otro suelen venir tales fines, que les da muy a su costa a entender qué los principios y medios de la conversación, que primero tenían por cosa de Dios, sin sentir mal movimiento ninguno, no eran otro (otra cosa) que falsos engaños del astuto demonio, que primero los aseguraba, para después tomarlos en el lazo que les tenía escondido. Y así, después de caídos, aprenden que «hombre y mujer no son sino fuego y estopa», y que el demonio trabaja por los juntar; y juntos, soplarles con mil maneras y artes, para encenderlos aquí en fuegos de carne, y después llevarlos a los del infierno. (Juan De Ávila, Audi filia)