El sabio, que ha acumulado tesoros de saber en su espíritu, no goza porque lleva habitualmente aquella ciencia en su alma; goza cuando la pone en ejercicio, cuando obra, cuando pone en acto aquel hábito que lleva en su espíritu. El artista ha acumulado tesoros de belleza en su corazón, pero mientras están en estado habitual aquellos tesoros no lo hacen gozar; goza cuando obra, goza cuando abre los ojos de su alma, cuando tiene sus intuiciones profundas. En la operación se encuentra el gozo y, por consiguiente, los consuelos del Espíritu Santo; sus frutos no son hábitos, son actos. Los Dones del Espíritu Santo sí son hábitos, son principios activos que se llevan en el alma y que en el momento oportuno pueden producir una operación. Los frutos del Espíritu Santo son operaciones Espirituales; son un acto de virtud, un acto de amor, una comunicación con Dios, pero que viene envuelto en dulzura, que deleita mucho, que embalsama nuestra alma; ¡y cuántas veces esos divinos consuelos, rápidos y fugaces como nuestras operaciones, dejan en nuestra alma una divina estela, un perfume exquisito que por mucho tiempo nos deleita! (El Espíritu Santo)