La virtud intacta y la virtud reparada

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Se puede objetar que, si esto es así, parece que los pecadores arrepentidos llevan ventaja sobre los justos que no han pecado, y que la justicia restablecida lleva ventaja sobre la inocencia conservada. Está lejos de nosotros la intención de establecer un paralelo entre la virtud conservada intacta y la virtud reparada, ni de exaltar a esta segunda en detrimento de la primera. La inocencia se aproxima más de cerca a la santidad infinita de Dios, la imita con mayor perfección y será siempre muy amada por su Hijo, que la ha tomado por patrimonio suyo y de su Madre. Jamás el perfume áspero de la penitencia se parecerá al aroma puro de una vida inmaculada y, como el lirio entre las demás flores, la inocencia conservará siempre su especial perfume y su deslumbrante candor. Además, al perder la inocencia, el hombre pierde una dignidad que sólo a ella pertenece y que, una vez perdida, ya no se puede recuperar de ningún modo. Sin embargo, sin recobrar la inocencia perdida, el hombre pecador y penitente, según la doctrina de Santo Tomás (3a q. 89, a. 3), se forma a veces un tesoro mayor, reconquista una fortuna más grande: aliquid maius; porque, dice San Gregorio (Homil. de centum ovibus), aquéllos que reflexionan seriamente sobre sus extravíos pasados, compensan los estragos con ganancias subsiguientes, y son objeto de gran alegría en el Cielo; del mismo modo que, en una batalla, el soldado que después de haber retrocedido, vuelve a atacar al enemigo, es más apreciado por el capitán que aquél que ha permanecido fiel en su puesto, y que no se ha señalado por ningún acto extraordinario de valor. (José Tissot, El arte de aprovechar nuestras faltas)