¿En qué consiste la sumisión a Dios? –Consiste en que mi espíritu reconozca, mi corazón acoja y mis sentidos soporten los acontecimientos del beneplácito divino “como operación de Dios”. Cuando en los hechos dirigidos por Dios mi espíritu sabe reconocer, y mi corazón desea acoger, y mis sentidos se prestan a sufrir la “operación divina”, entonces hay aceptación perfecta del beneplácito soberano. Y lo que es necesario reconocer, acoger y soportar de tal suerte que nos adhiramos a ello, no es, en manera alguna, el hecho en sí mismo, por ejemplo, un consuelo, una luz, una tribulación, etcétera: el hecho no es más que el instrumento de Dios, y ya he visto en el capítulo anterior que el adherirse al instrumento podía llegar a ser un obstáculo a la acción de Dios. Recibir el consuelo por el consuelo es marchitarse en un pasatiempo, sufrir la prueba por la prueba es condenarse a sucumbir aplastado; pero aceptar el consuelo o la prueba como operación divina, o mejor, aceptar en el consuelo y en la prueba la operación divina es recibir el impulso para mi progreso. (José Tissot, La vida interior)