La soledad era mi felicidad

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La oración me consolaba cada vez más. A veces mi corazón hervía en un infinito amor a Jesucristo; y este hervor maravilloso corría en oleadas bienhechoras por todo mi ser. La imagen de Jesucristo estaba tan fuertemente grabada en mi espíritu que, al pensar en los hechos del Evangelio, me parecía como si los contemplase con mis propios ojos. Esto me emocionaba y lloraba de alegría, y en algún momento sentía en mi corazón una felicidad tal que no acierto a describirla. A veces, me quedaba durante tres días lejos de la gente y de las casas, y como en éxtasis me sentía solo en la tierra, yo miserable pecador delante del Dios misericordioso y amigo de los hombres. Esta soledad era mi felicidad, y la dulzura de la oración me resultaba en ella mucho más sensible que viviendo con los hombres.(Relatos de un Peregrino Ruso)