Jesucristo Nuestro Señor cuando vino a este mundo, cuando consumó su obra cuando transformó la tierra, no eliminó el dolor, antes bien, pudiéramos decir que lo acrecentó y lo hizo más profundo y universal. ¿No recordamos que Él mismo dijo en alguna ocasión: «yo no he venido a traer la paz sino la espada” Esa espada que nos separa de las cosas que amamos, esa espada que penetra en lo intimo de nuestro corazón y los desgarra, es el dolor. La vida cristiana, repito, no suprime el dolor, en cierto sentido lo acrecienta; porque para vivir la vida cristiana necesitamos purificar nuestro corazón, y el corazón no se purifica totalmente sino por el sacrificio; para vivir la vida cristiana es preciso, como Cristo Nuestro Señor nos lo enseñó,, tomar la cruz y subir en pos de Él hasta el Calvario. Pero si Jesús no suprimió el dolor, hizo algo más grande y más bello, lo envolvió en el gozo e hizo que de los senos profundos del dolor brotara la perfecta alegría. Esa alegría que envuelve al dolor, esa alegría que brota del dolor, es lo que se llama en la Escritura y en la Liturgia “consuelo”, es el consuelo que vierte en los corazones el Paráclito. ¡Ah!, yo pienso que los consuelos de la vida cristiana son como un reflejo de la felicidad íntima, de la alegría inenarrable que Jesús llevaba en su Corazón. (El Espíritu Santo)