El rostro de Moisés resplandeció porque había hablado con Dios. Cuando Moisés acabó de hablar, se puso un velo sobre su rostro. El brillo con el cual resplandecía el rostro de Moisés era Cristo que brillaba en él, pero estaba escondido a los ojos de los hebreos; no lo vieron. Todo el Antiguo Testamento se nos presenta velado, como Moisés, símbolo de toda profecía. Detrás de este velo, extendido sobre los libros de los profetas, aparece Cristo, augusto juez, sentado sobre su trono de gloria.
Si Moisés veló su rostro, ¿acaso otro profeta hubiera podido descubrir el suyo? Siguiendo su ejemplo, todos velaron sus palabras. Simultáneamente anunciaban y velaban; presentaban su mensaje y, al mismo tiempo, lo recubrían con un velo. Jesús brillaba en sus libros, pero un velo lo escondía, un velo que proclama a todo el universo que las palabras de la Escritura tienen un sentido escondido. El Hijo de Dios, con su venida, ha dejado al descubierto el rostro de Moisés velado hasta entonces. La Nueva Alianza ha venido a iluminar la Antiguo.