Pero no sólo en orden a castigar, sino también para hacernos bien, ha dado Dios a los sacerdotes mayor poder que a los padres naturales. Va de los unos a los otros la diferencia que corre entra la vida presente y la venidera, pues los unos nos engendran para aquélla y los otros para ésta. Además, los padres no pueden librar a sus hijos de la muerte corporal, no son capaces ni de alejar de ellos una enfermedad que les acometa; los sacerdotes, en cambio, curan muchas veces a un alma enferma y salvan a la que está a punto de perderse; a unas les mitigan el castigo que merecen, a otras les impiden en absoluto caer. Y eso no sólo por sus enseñanzas y amonestaciones, sino también con la ayuda de sus oraciones. Y es así que los sacerdotes no sólo tienen poder de perdonar los pecados cuando nos regeneran por el Bautismo, sino también los que cometemos después de nuestra regeneración (…). Además, los padres naturales poco o nada pueden hacer en favor de sus hijos, cuando éstos ofenden a algún personaje o poderoso de la tierra los sacerdotes, en cambio, nos reconcilian muchas veces, no ya con magistrados o emperadores, sino con el mismo Dios irritado contra nosotros.
Sobre el sacerdocio