La mirada de Jesús, un poema de amor al Padre

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La alegría divina que Jesús llevaba escondida en su Corazón irradiaba en su exterior cuando hablaba al Padre: “En aquella hora se regocijó Jesús en el Espíritu Santo y dijo: Te confieso, Padre, Señor del cielo y de la tierra…” ¡Qué misterios de gozo celestial, de santos entusiasmos se esconden en esa expresión arcana. En la oración sacerdotal del Cenáculo, Jesús siempre sobrio en su lenguaje multiplica los epítetos al dirigirse al Padre: Padre santo, Padre justo”. En toda esa oración parece vibrar el alma de Jesús y exhalarse su amorosa adoración al Padre. Y lo que su palabra no acertaba a expresar, lo decían elocuentemente los ojos de Jesús cuando dulces y apasionados se elevaban al Padre. ¡Quién pudiera contemplar y comprender esas frecuentes miradas de Jesús que eran un poema de amor y de adoración al Padre! A semejanza de Jesús, el fondo de nuestra vida intima debe ser esta profundísima adoración al Padre. Debemos adorarle en espíritu y en verdad, porque es la adoración que busca el Padre. Sin esta adoración continua, nuestros actos exteriores nada son o valen muy poco; para que complazcan y glorifiquen al Padre deben brotar de la abundancia del corazón, deben ser la espontánea irradiación, la sobreabundancia de nuestros íntimos sentimientos de adoración y amor. (El Espíritu Santo)